El
etiquetado en los alimentos envasados, es una herramienta muy potente que
permite facilitar a cada consumidor,
información obligatoria y facultativa sobre dicho alimento.
Legalmente
no existe límite de cantidad en el etiquetado facultativo. Se puede contar lo
que se desee siempre que la información sea veraz y no induzca a error o
confusión a quien lo lea.
El
reglamento (UE) del Parlamento Europeo 1169/2011, vigente desde el 13 de
diciembre de 2014 es la norma que lo
regula. Como todas, es compleja, farragosa y, lo que es peor, sujeta a
interpretaciones. Pero, sin entrar en detalle, además de establecer la
obligatoriedad de indicar información concreta, intenta poner orden en el uso
del envase como herramienta de marketing promocional contando medias verdades o
mentiras absolutas que, de forma mas o menos sutil, hacía que algunos de los
mensajes que se podían leer nos llevasen a pensar que estábamos comprando el
elixir de la eterna juventud.
Por
desgracia, la confusión sigue siendo muy grande. El exceso de información es
tan malo como su ausencia. Y si esa información resulta incomprensible para la
mayoría de la gente es peor todavía.
Sirva
como ejemplo la información nutricional, que será obligatoria en el etiquetado
a partir de diciembre de 2015, pero que muchas industrias ya la están indicando
en las etiquetas de sus envases. Me
gustaría conocer el dato estadístico, si
es que existe, de cuantas personas son capaces de interpretar correctamente los
valores que se indican, más allá de la valoración subjetiva de las kilocalorías, que tanto nos preocupan
ahora.
Otro
ejemplo podría ser algo tan conocido como poco comprendido como es la
interpretación de la acidez del aceite de oliva. Todos hemos visto y vemos
todavía envases en los que, además de las tres categorías conocidas de Virgen
Extra, Virgen, o solamente Aceite de oliva, aparece la acidez del mismo que, se
expresa en grados (habitualmente 0,4º o 1º) y que ahora se ha cambiado por las
expresiones de “suave” o “intenso”. Muchas personas piensan que la acidez es un
atributo de calidad del propio aceite y que se refleja en el sabor, sin
embargo no es así. Una acidez muy baja
(0,1 o 0,2) indica que las aceitunas estaban en perfectas condiciones antes de
molturarlas y un acidez alta (> 1º) indica lo contrario.
Pues
bien, con la normativa vigente, para poder indicar la acidez del aceite en el
envase, hay que indicar además de ese valor, los Peróxidos, el Contenido en ceras y tres valores más.
Todo ello en el mismo campo visual.
Me
cuesta entender que eso sea información de utilidad para el consumidor.
Por
otro lado, y me parece muy grave, se ha creado un aura de temor entorno a
muchos alimentos que acaba transmitiendo y calando una sensación de
culpabilidad similar a la comisión de un delito al consumirlos. Los
consumidores, que no tenemos por que ser expertos en temas alimentarios, ni
nutricionistas ni saber lo que indican
los peróxidos en el aceite, confiamos en que cualquier alimento que se
encuentra en el mercado es apto para el consumo humano por que las autoridades
sanitarias lo avalan y lanzar mensajes subliminales o claramente destructores
sobre la no conveniencia de tomar algunos de esos alimentos es tan hipócrita como mantener la legalidad del
tabaco y a la vez indicar que su consumo mata.
Por
si esta ceremonia de confusión es poca, para hacer que nuestra escasa doctrina
en temas científicos no nos haga vivir en la ignorancia, En Reino Unido
parieron, implantaron e intentaron trasladar a la Unión Europea, hace unos años
un sistema de identificación para los alimentos de mayor o menor salubridad,
sencillo como el mecanismo de un chupete.
El
semáforo.
No
es un chiste, no.
Consiste
en clasificar a los alimentos en buenos (color verde, come cuanto y cuando
quieras), regulares (color amarillo, puedes comer de vez en cuando) y malos
(color rojo, mejor que no los pruebes), de forma que se pueden ver en las
etiquetas los colores que indican, desde la valoración de cada elemento de la
tabla nutricional hasta la valoración global. El asunto es polémico cuanto cabe
por que, según la industria alimentaria inglesa, con este sistema resulta que
una Coca Cola Zero es más saludable que un zumo de naranja.
Uno
en su ignorancia sigue sin comprender por que un alimento al meterlo en un
envase ha de cumplir toda la retahíla de normas, que en su mayoría no discuto y
sin embargo, si ese mismo alimento se dispensa en un establecimiento, sin
envasar, no hace falta
Como
decía al terminar el capítulo anterior, quizás con algo más de sentido común……